lunes, 6 de enero de 2014

El DÍA QUE BARRIERON CON LA IZQUIERDA


En el artículo “Asunción Caballero Méndez, MEMORIAS DE LA CÁRCEL”, escrito por Raúl González y publicado en “El Caballo Rojo” Nº 48, Suplemento del Diario de Marca del 12 de abril de 1981, este médico combatiente y revolucionario contó las peripecias atroces de sus múltiples prisiones políticas, en especial en las prisiones del Sepa, donde coincidió con mi padre y en el Frontón, donde fue recluido con los “más peligrosos” políticos de esa hora. (NOTA de JAGS)

De ese artículo entresacamos lo siguiente:

“EL DÍA QUE BARRIERON  CON LA IZQUIERDA”

Recuerdo muy bien aquel 5 de enero de 1963, era presidente provisional el general Pérez Godoy. A eso de las tres de la madrugada sonó el timbre de mi casa y salí a abrir la puerta, con ropa de dormir y sin zapatos, me encontraba preocupado por un paciente que estaba muy delicado. Mi sorpresa fue grande cuando tres sujetos me agarraron e intentaron subirme a un auto. Yo grité y se levantaron mi mujer, mis hijos y los vecinos. Los sujetos no se identificaron y decían que tenían orden del Prefecto para llevarme.

Por lo menos déjenlo vestir, decían indignados los vecinos. Lo hicieron y salí efectivamente rumbo a la prefectura.

Cuando llegué ya se encontraban Alfonso Barrantes, Jorge del Prado, Genaro Ledesma, Tauro del Pino y la gente de la izquierda seguían llegando y llegando: la prefectura estaba repleta. Horas más tarde nos clasificaron y nos llevaron en ómnibus al campo de aviación “Jorge Chávez”. Nadie nos decía hacia dónde nos llevarían. Luego nos trasladaron a Satipo y allí estuvimos varias horas hasta que comenzaron a llegar avionetas muy pequeñas de cuatro pasajeros... nos llevaron a “El Sepa”. Yo fui en la tercera tanda, eran como las seis de la tarde del día siguiente.

A medida que arribábamos a la colonia penal, como la llamaban, nos iban metiendo en unos cuartuchos... nadie había probado hasta ese momento un solo bocado y además estábamos sedientos... hasta que los presos comunes se acercaban a ver quienes éramos y comenzaron a tirar limones, caña de azúcar... comenzamos en ese momento a descubrir un mundo nuevo, distinto, era algo muy raro ver a los presos con sus barbas largas, sus pantalones y botas... al otro día los presos comunes también nos servirían el desayuno y el almuerzo...

Recuerdo también que un preso se acercó y me preguntó si yo era el doctor Caballero... al día siguiente me tiró una frazada en la que dormiríamos todos; la tendimos y nos echamos en forma radial para poder alcanzar. Cuando abrieron el almacén de “El Sepa” pudimos comprara periódicos y leer que el gobierno decía haber sofocado un grave complot internacional, que nosotros queríamos tomar el poder por asalto y pensábamos desfilar con banderas rojas... toda una novela.

Cinco mil personas fueron apresadas en una hora. Todas gentes de izquierda, nunca habíamos estado reunidos tantos izquierdistas juntos, estábamos hasta tentados de hacer un congreso (risas). ¿Cuánto habrá gastado el gobierno en montar este operativo? Nosotros siempre pensamos que era dirigido desde el Pentágono. ¿Cómo entonces explicar que en una hora la izquierda fuera barrida! Lo único que hoy me asusta es que puede volver a suceder... en aquella oportunidad tuvieron éxito y muy pocos escaparon...

Yo tenía algo de dinero y compré un jabón, me costó ¿cincuenta soles! Toda una fortuna. Cuando uno ve la película La balada del soldado uno no entiende por qué cuando regresan de la guerra traen jabones como regalo. ¿Sabes lo que significa bañarse ¿con jabón! Después de cinco o seis días? Es algo delicioso. Uno se enjabona dos, tres veces... nos bañábamos a orillas del río Urubamba. ¿Sabes lo que nos pasa?  ¡A Jorge del Prado se le escapó el jabón de las manos! Con qué tristeza miraba el jabón que se iba por el río...

-Don Jorge pudo ser declarado enemigo del pueblo...

- Algo parecido.

 

A pocos días de encontrarnos en “El Sepa”, a todos comenzaron a hinchársenos las piernas. Y es que existen unos insectos que se llaman los izangos que penetran en la raíz del bello de las piernas –sólo de las piernas- y por eso estas se hinchan. A la semana la hinchazón desaparece y no vuelve más porque el cuerpo crea anticuerpos.

Aproveché la oportunidad para pedirle permiso al comandante para abrir la enfermería... pero allí poco era lo que se podía hacer, ¿no había remedios! ¿Con qué curaba? Sólo con antipalúdicos, si tenía una diarrea coma usted plátanos verdes, si estaba estreñido plátanos maduros... y así... incluso llegué a operar con una gillette. Los presos comunes comenzaron a llegar...

Un día se presentó uno con heridas muy profundas en la espalda, parecían como de viruela, pero eran mucho más grandes. Le pregunté qué le había pasado. Era el castigo del “palo santo”, me dijo. ¿Qué era eso? En la selva, entre trecho y trecho, hay un árbol solitario sin follaje. Ese es el “palo santo”. No tiene follaje porque en su interior viven unas enormes hormigas rojas que de tanto subir y bajar, hacen estéril la vegetación. Bueno, cuando un sujeto se portaba mal, lo amarraban a este árbol, le echaban un poco de arroz en el cuerpo y golpeaban el árbol... las hormigas salían en millares y le comenzaban a arrancar la piel al individuo. Sus torturadores lo sacaban con un cordel y lo tiraban al río... el sujeto en un par de minutos se desmayaba... se quedaba con esas profundas huellas. Era algo criminal...

Tú nunca has visto a un hombre agusanarse... en “El Sepa” era algo común. ¡Los hombres se agusanaban! Existían unas moscas que depositaban sus huevos debajo de la piel, sus larvas eran los gusanos.... ¿cómo curarlos? Yo cubría el orificio con esparadrapo y al día siguiente cuando lo retiraba las larvas salían solas, pues no tenían el oxígeno que necesitaban para vivir.

 

EL TRÁNSITO POR “EL FRONTÓN” Y SUS SECRETOS.

 

Luego de un mes nos mandaron a “El Frontón”. Aquella isla ante la cual los más avezados delincuentes tartamudeaban tan sólo de oír mencionarla. Allí fuimos los sesenta más peligrosos... junto con los delincuentes comunes más peligrosos.

Las primeras noches fueron muy difíciles... las ratas salen del mar y se introducen en las cuadras. El primer día en que vimos que se apagaron las luces comenzamos a sentir un rumor algo rara, de pronto alguien gritó ¡ratas! Y todos sobre las camas asustados veíamos cómo cientos de ratas se acercaban, con los zapatos procurabas espantarlas... así estabas una hora, dos, luego te llegabas a acostumbrar a dormir entre las ratas... ¡total! No te atacaban...

Pero en “El Frontón” se ven las cosas más increíbles ... por ejemplo, uno de los presos tenía su cafetería y también un montón de perras a las que alimentaba muy bien, eran perras amaestradas y tenían nombres de mujer: Vicky, Lucy, Ani, Evita...

¿Qué sucedía? Poco a poco nos fuimos enterando de que eran perras prostitutas. Un preso venía una noche y decía: “Quiero dormir con la Vicky”, pagaba sus cien soles y listo... dormía con la Vicky y esta no ofrecía resistencia... salvo está, claro, que no hubiera pagado.

Por aquellos días yo estaba medio enfermo del estómago hasta que Castro Lavarello –hoy senador de la República- me dice que uno de sus clientes se encontraba en prisión y que le había ofrecido darle un almuerzo todos los días. Era un italiano que se apellidaba Borse y que había asesinado a un chofer de taxi en una borrachera. Este señor tenía muy buenas relaciones con la colonia italiana que lo atendía muy bien. El nos daría almuerzo a Castro, Barrantes y a mí. Había sin embargo un problema: para llegar a su “cueva” había que atravesar la cuadra de los comunes más peligrosos.

Allí fue que apareció La “China” para ofrecernos su protección. La “China” fue el que mató a “Tatán”. Era un negro homosexual, corpulento, de una fortaleza increíble, que tenía por marido a un chiquito de metro cincuenta que era el peluquero de “El Frontón”... manejaba la chaveta como él sólo. Y así todos los días atravesábamos la cuadra en fila: Castro, Barrantes, yo, la “China” y atrás el peluquero...

Pero pronto nos hicimos amigos de todos los presos, el hecho de que yo fuera médico era muy importante... a veces en los partidos de fútbol me llamaban... doctor, doctor, lo han despanzurrado y yo corriendo con mi aguja e hilo de coser botones tenía que coserlos sin anestesia, sin nada.... nunca se infectó una herida.... qué cosa más curiosa...

Recuerdo que cada cuadra tenía su patrón, su “capo”, que era el que repartía las camas, las “mujeres” y todo lo que requerían los presos en las visitas...

La corrupción era muy grande... había un sujeto al que le decían “La Gitana” que era impresionante... sucedía que cuando los presos se encontraban lavándose en el único caño que había, de pronto se comenzaba a pasar la voz: ¡Ahí viene “La Gitana”, ¡ahí viene “La Gitana”...! y aparecía “La Gitana”, con su pañuelo, sus argollas, su andar sensual y agitanado. Hasta los presos políticos salíamos a ver a “La Gitana”...

El ambiente de prostitución era sólo un aspecto de la corrupción existente; en “El Sepa” y en “El Frontón” era muy importante tener su “china”, su cueva y su chaveta, y los policías entraban en esa danza. Ellos prostituían como no tienes idea, a tal punto que en una oportunidad un guardia republicano se enamoró de un muchacho con el que quería “estar” y como éste no le hizo caso ¡se mató!... ¡se mató por amor a un preso...!

He atendido infinidad de casos en “El Frontón” de sujetos muy golpeados o violados. Una vez un oficial me pidió que atendiera a un sujeto que se encontraba en la “Siberia”. La “Siberia” era como una caja de fósforos de cemento donde uno sólo podía sentarse... los presos pasaban ahí dos o tres días y cuando el mar subía el agua ingresaba por las rejillas que tenía la celda...

También existía la “Lobera” un sitio mucho más amplio completamente enrejado y donde el mar golpeaba día y noche, era el lugar donde rompían las olas, era para enloquecer: una especie de agonía larga era estar encerrado allí...

Existía también una “parada” en el día era una especie de mercado árabe.... los presos venidos de la sierra vendían allí sus artesanías y todo lo que fabricaban... los vivos vivían del engaño, del dolo, de la prostitución, del juego....

 

ALGO MÁS QUE PRISIONES

 

Asunción Caballero Méndez puede continuar recordando  lo alucinante de este mundo carcelario que aún existe quizá mucho más corrompido y truculento que en los años idos. “Los presos de hoy no deben ser los de entonces”, nos dice. Y comenzamos a entender por qué ocurrió lo de “El Sexto”, la última masacre y en fin, lo difícil que es la vida para los hombre que llegan a una cárcel para “regenerarse” y “adaptarse”.

Y Caballero Méndez continúa viajando hacia el pasado, haciendo memoria de sus estudios en el Colegio Guadalupe, de su estancia en Yungay, su tierra, y de su amistad con un trotskista, zapatero y cojo. “Un hombre ilustrado en política” que influyó mucho en él, no en sus ideas trotskistas pero sí en la inquietud social que despertó. Y Caballero Méndez se ligó al  Partido Comunista hasta llegar al Comité Central.

Cuenta que un día un gamonal ultrajó a uno de los hijos del zapatero, y que éste lo ajustició, lo mató de una puñalada. “Yo no sabía nada pero me apresaron porque creían que era cómplice”. El zapatero escapó y Caballero Méndez pasó sus primeros cuarenta días en prisión. Verificada su inocencia salió en libertad.

Pero días más tarde un compañero del partido se embriagó y dejó al alcance de la policía una relación de participantes en una conferencia partidaria. Eso coincidió con su venida a Lima. “Cuando llegué me enteré por el periódico de que se había descubierto una conjura comunista y que sólo uno había logrado escapar, era yo. ¡Oh!, sorpresa! Tuve que abandonar mi pensión y cambiar de nombre”, Adolfo Méndez fue el sustituto.

Algunos meses después cayó también Adolfo Méndez en una manifestación contra Benavides. “Salimos a gritar: ¡Abajo Panza de agua! Estuve cuarenta y cinco días en la intendencia; allí conocí a José Resio”, un hombre que lo cuidó como si fuera su hijo. Salió libre cuando mataron a Miro Quesada y la policía llenó las cárceles de apristas. Los presos sociales, nos llamaban, fuimos echados.

Y así continúa la larga historia de sus prisiones. Hasta en los Estados Unidos fue detenido por sus vinculaciones con los países socialistas. No lo dejaron pisar tierra norteamericana. Era, para ellos, un indeseable...

Sin embargo, para los pobres que diariamente lo visitan en su consultorio y que llegan a pagar la irrisoria suma de doscientos soles –“cuando no pueden más”, advierte – la cosa no es así. Se trata de un hombre bueno, del médico de pobres” que pocos conocemos y que cada vez que ve tras el vidrio de la puerta a dos sujetos con terno que se detienen se dice para sí: “Esos deben ser policías, ¡otra vez a una prisión!”

En el hall del Hospital del Niño y concluida la entrevista se acerca una señora a un grupo

 De personas y pregunta:

¿Quién es el doctor Caballero?

-Soy yo, le dice don Asunción.

En un aparte le confiesa:

-Doctor, no tengo para el pasaje, ¿me puede usted regalar?

-¡No faltaba más!, le dice, al mismo tiempo que le extiende el billete que la llevará a casa.

Asunción Caballero Méndez da media vuelta, y con él se vuelven todos sus recuerdos, y también toda su grandeza.

-