En el artículo “Asunción Caballero Méndez, MEMORIAS DE LA CÁRCEL”, escrito por
Raúl González y publicado en “El Caballo Rojo” Nº 48, Suplemento del Diario de
Marca del 12 de abril de 1981, este médico combatiente y revolucionario contó
las peripecias atroces de sus múltiples prisiones políticas, en especial en las
prisiones del Sepa, donde coincidió con mi padre y en el Frontón, donde fue
recluido con los “más peligrosos” políticos de esa hora. (NOTA de JAGS)
De ese artículo entresacamos lo siguiente:
“EL DÍA
QUE BARRIERON CON LA IZQUIERDA”
Recuerdo muy bien aquel 5 de enero de 1963,
era presidente provisional el general Pérez Godoy. A eso de las tres de la
madrugada sonó el timbre de mi casa y salí a abrir la puerta, con ropa de
dormir y sin zapatos, me encontraba preocupado por un paciente que estaba muy
delicado. Mi sorpresa fue grande cuando tres sujetos me agarraron e intentaron
subirme a un auto. Yo grité y se levantaron mi mujer, mis hijos y los vecinos.
Los sujetos no se identificaron y decían que tenían orden del Prefecto para
llevarme.
Por lo menos déjenlo vestir, decían indignados
los vecinos. Lo hicieron y salí efectivamente rumbo a la prefectura.
Cuando llegué ya se encontraban Alfonso
Barrantes, Jorge del Prado, Genaro Ledesma, Tauro del Pino y la gente de la izquierda
seguían llegando y llegando: la prefectura estaba repleta. Horas más tarde nos
clasificaron y nos llevaron en ómnibus al campo de aviación “Jorge Chávez”.
Nadie nos decía hacia dónde nos llevarían. Luego nos trasladaron a Satipo y
allí estuvimos varias horas hasta que comenzaron a llegar avionetas muy
pequeñas de cuatro pasajeros... nos llevaron a “El Sepa”. Yo fui en la tercera
tanda, eran como las seis de la tarde del día siguiente.
A medida que arribábamos a la colonia penal,
como la llamaban, nos iban metiendo en unos cuartuchos... nadie había probado
hasta ese momento un solo bocado y además estábamos sedientos... hasta que los
presos comunes se acercaban a ver quienes éramos y comenzaron a tirar limones,
caña de azúcar... comenzamos en ese momento a descubrir un mundo nuevo,
distinto, era algo muy raro ver a los presos con sus barbas largas, sus
pantalones y botas... al otro día los presos comunes también nos servirían el
desayuno y el almuerzo...
Recuerdo también que un preso se acercó y me
preguntó si yo era el doctor Caballero... al día siguiente me tiró una frazada
en la que dormiríamos todos; la tendimos y nos echamos en forma radial para
poder alcanzar. Cuando abrieron el almacén de “El Sepa” pudimos comprara
periódicos y leer que el gobierno decía haber sofocado un grave complot
internacional, que nosotros queríamos tomar el poder por asalto y pensábamos
desfilar con banderas rojas... toda una novela.
Cinco mil personas fueron apresadas en una
hora. Todas gentes de izquierda, nunca habíamos estado reunidos tantos
izquierdistas juntos, estábamos hasta tentados de hacer un congreso (risas).
¿Cuánto habrá gastado el gobierno en montar este operativo? Nosotros siempre
pensamos que era dirigido desde el Pentágono. ¿Cómo entonces explicar que en una
hora la izquierda fuera barrida! Lo único que hoy me asusta es que puede volver
a suceder... en aquella oportunidad tuvieron éxito y muy pocos escaparon...
Yo tenía algo de dinero y compré un jabón, me
costó ¿cincuenta soles! Toda una fortuna. Cuando uno ve la película La
balada del soldado uno no entiende por qué cuando regresan de la guerra
traen jabones como regalo. ¿Sabes lo que significa bañarse ¿con jabón! Después
de cinco o seis días? Es algo delicioso. Uno se enjabona dos, tres veces... nos
bañábamos a orillas del río Urubamba. ¿Sabes lo que nos pasa? ¡A Jorge del Prado se le escapó el jabón de
las manos! Con qué tristeza miraba el jabón que se iba por el río...
-Don Jorge pudo ser declarado enemigo del
pueblo...
- Algo parecido.
A pocos días de encontrarnos en “El Sepa”, a
todos comenzaron a hinchársenos las piernas. Y es que existen unos insectos que
se llaman los izangos que penetran en la raíz del bello de las piernas –sólo de
las piernas- y por eso estas se hinchan. A la semana la hinchazón desaparece y
no vuelve más porque el cuerpo crea anticuerpos.
Aproveché la oportunidad para pedirle permiso
al comandante para abrir la enfermería... pero allí poco era lo que se podía
hacer, ¿no había remedios! ¿Con qué curaba? Sólo con antipalúdicos, si tenía
una diarrea coma usted plátanos verdes, si estaba estreñido plátanos maduros...
y así... incluso llegué a operar con una gillette. Los presos comunes
comenzaron a llegar...
Un día se presentó uno con heridas muy
profundas en la espalda, parecían como de viruela, pero eran mucho más grandes.
Le pregunté qué le había pasado. Era el castigo del “palo santo”, me dijo. ¿Qué
era eso? En la selva, entre trecho y trecho, hay un árbol solitario sin
follaje. Ese es el “palo santo”. No tiene follaje porque en su interior viven
unas enormes hormigas rojas que de tanto subir y bajar, hacen estéril la
vegetación. Bueno, cuando un sujeto se portaba mal, lo amarraban a este árbol,
le echaban un poco de arroz en el cuerpo y golpeaban el árbol... las hormigas
salían en millares y le comenzaban a arrancar la piel al individuo. Sus
torturadores lo sacaban con un cordel y lo tiraban al río... el sujeto en un
par de minutos se desmayaba... se quedaba con esas profundas huellas. Era algo
criminal...
Tú nunca has visto a un hombre agusanarse...
en “El Sepa” era algo común. ¡Los hombres se agusanaban! Existían unas moscas
que depositaban sus huevos debajo de la piel, sus larvas eran los gusanos....
¿cómo curarlos? Yo cubría el orificio con esparadrapo y al día siguiente cuando
lo retiraba las larvas salían solas, pues no tenían el oxígeno que necesitaban
para vivir.
EL TRÁNSITO POR “EL FRONTÓN” Y SUS SECRETOS.
Luego de un mes nos mandaron a “El Frontón”.
Aquella isla ante la cual los más avezados delincuentes tartamudeaban tan sólo
de oír mencionarla. Allí fuimos los sesenta más peligrosos... junto con los
delincuentes comunes más peligrosos.
Las primeras noches fueron muy difíciles...
las ratas salen del mar y se introducen en las cuadras. El primer día en que
vimos que se apagaron las luces comenzamos a sentir un rumor algo rara, de
pronto alguien gritó ¡ratas! Y todos sobre las camas asustados veíamos cómo
cientos de ratas se acercaban, con los zapatos procurabas espantarlas... así
estabas una hora, dos, luego te llegabas a acostumbrar a dormir entre las
ratas... ¡total! No te atacaban...
Pero en “El Frontón” se ven las cosas más
increíbles ... por ejemplo, uno de los presos tenía su cafetería y también un
montón de perras a las que alimentaba muy bien, eran perras amaestradas y tenían
nombres de mujer: Vicky, Lucy, Ani, Evita...
¿Qué sucedía? Poco a poco nos fuimos enterando
de que eran perras prostitutas. Un preso venía una noche y decía: “Quiero
dormir con la Vicky”, pagaba sus cien soles y listo... dormía con la Vicky y
esta no ofrecía resistencia... salvo está, claro, que no hubiera pagado.
Por aquellos días yo estaba medio enfermo del
estómago hasta que Castro Lavarello –hoy senador de la República- me dice que
uno de sus clientes se encontraba en prisión y que le había ofrecido darle un
almuerzo todos los días. Era un italiano que se apellidaba Borse y que había
asesinado a un chofer de taxi en una borrachera. Este señor tenía muy buenas
relaciones con la colonia italiana que lo atendía muy bien. El nos daría
almuerzo a Castro, Barrantes y a mí. Había sin embargo un problema: para llegar
a su “cueva” había que atravesar la cuadra de los comunes más peligrosos.
Allí fue que apareció La “China” para
ofrecernos su protección. La “China” fue el que mató a “Tatán”. Era un negro
homosexual, corpulento, de una fortaleza increíble, que tenía por marido a un
chiquito de metro cincuenta que era el peluquero de “El Frontón”... manejaba la
chaveta como él sólo. Y así todos los días atravesábamos la cuadra en fila:
Castro, Barrantes, yo, la “China” y atrás el peluquero...
Pero pronto nos hicimos amigos de todos los
presos, el hecho de que yo fuera médico era muy importante... a veces en los
partidos de fútbol me llamaban... doctor, doctor, lo han despanzurrado y yo
corriendo con mi aguja e hilo de coser botones tenía que coserlos sin
anestesia, sin nada.... nunca se infectó una herida.... qué cosa más curiosa...
Recuerdo que cada cuadra tenía su patrón, su
“capo”, que era el que repartía las camas, las “mujeres” y todo lo que
requerían los presos en las visitas...
La corrupción era muy grande... había un
sujeto al que le decían “La Gitana” que era impresionante... sucedía que cuando
los presos se encontraban lavándose en el único caño que había, de pronto se
comenzaba a pasar la voz: ¡Ahí viene “La Gitana”, ¡ahí viene “La Gitana”...! y
aparecía “La Gitana”, con su pañuelo, sus argollas, su andar sensual y
agitanado. Hasta los presos políticos salíamos a ver a “La Gitana”...
El ambiente de prostitución era sólo un
aspecto de la corrupción existente; en “El Sepa” y en “El Frontón” era muy
importante tener su “china”, su cueva y su chaveta, y los policías entraban en
esa danza. Ellos prostituían como no tienes idea, a tal punto que en una
oportunidad un guardia republicano se enamoró de un muchacho con el que quería
“estar” y como éste no le hizo caso ¡se mató!... ¡se mató por amor a un
preso...!
He atendido infinidad de casos en “El Frontón”
de sujetos muy golpeados o violados. Una vez un oficial me pidió que atendiera
a un sujeto que se encontraba en la “Siberia”. La “Siberia” era como una caja
de fósforos de cemento donde uno sólo podía sentarse... los presos pasaban ahí
dos o tres días y cuando el mar subía el agua ingresaba por las rejillas que
tenía la celda...
También existía la “Lobera” un sitio mucho más
amplio completamente enrejado y donde el mar golpeaba día y noche, era el lugar
donde rompían las olas, era para enloquecer: una especie de agonía larga era
estar encerrado allí...
Existía también una “parada” en el día era una
especie de mercado árabe.... los presos venidos de la sierra vendían allí sus
artesanías y todo lo que fabricaban... los vivos vivían del engaño, del dolo,
de la prostitución, del juego....
ALGO MÁS QUE PRISIONES
Asunción Caballero Méndez puede continuar
recordando lo alucinante de este mundo
carcelario que aún existe quizá mucho más corrompido y truculento que en los
años idos. “Los presos de hoy no deben ser los de entonces”, nos dice. Y
comenzamos a entender por qué ocurrió lo de “El Sexto”, la última masacre y en fin,
lo difícil que es la vida para los hombre que llegan a una cárcel para
“regenerarse” y “adaptarse”.
Y Caballero Méndez continúa viajando hacia el
pasado, haciendo memoria de sus estudios en el Colegio Guadalupe, de su
estancia en Yungay, su tierra, y de su amistad con un trotskista, zapatero y
cojo. “Un hombre ilustrado en política” que influyó mucho en él, no en sus
ideas trotskistas pero sí en la inquietud social que despertó. Y Caballero
Méndez se ligó al Partido Comunista
hasta llegar al Comité Central.
Cuenta que un día un gamonal ultrajó a uno de
los hijos del zapatero, y que éste lo ajustició, lo mató de una puñalada. “Yo
no sabía nada pero me apresaron porque creían que era cómplice”. El zapatero
escapó y Caballero Méndez pasó sus primeros cuarenta días en prisión.
Verificada su inocencia salió en libertad.
Pero días más tarde un compañero del partido
se embriagó y dejó al alcance de la policía una relación de participantes en
una conferencia partidaria. Eso coincidió con su venida a Lima. “Cuando llegué
me enteré por el periódico de que se había descubierto una conjura comunista y
que sólo uno había logrado escapar, era yo. ¡Oh!, sorpresa! Tuve que abandonar
mi pensión y cambiar de nombre”, Adolfo Méndez fue el sustituto.
Algunos meses después cayó también Adolfo
Méndez en una manifestación contra Benavides. “Salimos a gritar: ¡Abajo Panza
de agua! Estuve cuarenta y cinco días en la intendencia; allí conocí a José
Resio”, un hombre que lo cuidó como si fuera su hijo. Salió libre cuando
mataron a Miro Quesada y la policía llenó las cárceles de apristas. Los presos
sociales, nos llamaban, fuimos echados.
Y así continúa la larga historia de sus
prisiones. Hasta en los Estados Unidos fue detenido por sus vinculaciones con
los países socialistas. No lo dejaron pisar tierra norteamericana. Era, para
ellos, un indeseable...
Sin embargo, para los pobres que diariamente
lo visitan en su consultorio y que llegan a pagar la irrisoria suma de
doscientos soles –“cuando no pueden más”, advierte – la cosa no es así. Se
trata de un hombre bueno, del médico de pobres” que pocos conocemos y que cada
vez que ve tras el vidrio de la puerta a dos sujetos con terno que se detienen
se dice para sí: “Esos deben ser policías, ¡otra vez a una prisión!”
En el hall del Hospital del Niño y concluida
la entrevista se acerca una señora a un grupo
De
personas y pregunta:
¿Quién es el doctor Caballero?
-Soy yo, le dice don Asunción.
En un aparte le confiesa:
-Doctor, no tengo para el pasaje, ¿me puede
usted regalar?
-¡No faltaba más!, le dice, al mismo tiempo
que le extiende el billete que la llevará a casa.
Asunción Caballero Méndez da media vuelta, y
con él se vuelven todos sus recuerdos, y también toda su grandeza.
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